Сквознячок
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El Airecito Despu'es del trabajo en la biblioteca al Airecito le encantaba dar un paseo por la ciudad nocturna, volar sobre las callecitas vac'ias y silenciosas y columpiarse en las ramas de los 'arboles. Dar volteretas sobre los tejados de las casas. Y aquella noche todo iba igual que siempre, 'el volaba sobre la ciudad y canturreaba: !No soy un tsunami, ni un hurac'an! Y os lo digo por secreto – soy m'as peque~no que una corriente, Yo soy el hermanito menor de los Hermanos Vientos – !El Airecito de Biblioteca! No siempre todo va muy bien, Y no soy rico yo tampoco, En los estantes vivo yo entre los libros, !Que no son pocos! Soplando les quito el polvo del aburrimiento, Y me encanta re'ir en cualquier momento. Vivo rodeado de baladas y cuentos, !Se juega al escondite genial entre ellos! Tambi'en me gusta hacer cosquillas En los talones a mis amigos, Pero si temes de resfriarte !Conmigo mejor no encontrarte!.. Cuando en el silencio de la ciudad adormitada se o'ia el llanto de un ni~no, el Airecito se dirig'ia al sonido enseguida. Se acercaba con mucho cuidado para que nadie lo vea a la casa donde el ni~no no pod'ia quedarse dormido. Se colaba por la ventana a la habitaci'on y empezaba a cantar unas nanas maravillosas en voz tan bajita que solo el beb'e pod'ia o'irlas. Y as'i fue esta vez, el Airecito le canturreaba una de sus bonitas nanas al peque~no: ?D'onde viven los sue~nos? ?C'omo se puede llegar hasta ellos? No puede responder el gatito, No sabe el camino el elefantito, Se calla en el estanque el sapito, Nadie contesta esa preguntita… Y all'a en los sue~nos pasan maravillas, !All'i te esperan m'agicos cuentos! !Se permite ser travieso hasta el amanecer! !Y hay tantas cosas por hacer! T'u tienes un mont'on de amigos all'i Que se aburren sin ti. Acu'estate ya, !Y no les hagas esperar! Porque solo faltas t'u Por llegar. Con los cantes y bailes alegres !En los sue~nos ellos te esperan!.. Al ver que el ni~no se durmi'o pl'acidamente mientras escuchaba su canci'on, Airecito se fue a la calle por el ventanillo. El volaba hacia la biblioteca y pensaba:” !Que dulces sue~nos tendr'a el ni~no! Incluso si estuviese malito ahora, por la ma~nana se despertara alegre y animado. Porque esas nanas traen consigo sue~no profundo y curativo, alegre y dulce. !Qu'e suerte que yo s'e tantas nanas! !Hay para todos los ni~nos de la ciudad! Algunas encuentro yo solito en los libros antiguos, y otras las compone el Bibliotecario en sus ratos de descanso. 'El trabaja en la Biblioteca municipal en la que yo paso la mayor parte del tiempo.” As'i pensaba nuestro Airecito volando por encima de la dormida ciudad. Al acercarse a la biblioteca, ha entrado por la ventanilla abierta y se ha acercado a la mesa redonda donde estaban sentados el bibliotecario Lect'orius y su nieta Adelina. El Airecito como siempre ha llegado a la biblioteca para ayudar a sus amigos. Ellos estaban muy ocupados intentando restaurar un gran libro antiguo y se han alegrado much'isimo al ver a Airecito. El bibliotecario le ha dicho: – !Oh, mi amigo Airecito! !Llegas muy a tiempo! Nosotros no podemos finalizar este trabajo tan delicado sin ti. Nadie es capaz de hacer este trabajo que requiere tanta paciencia y agilidad igual que t'u. Adelina, la nieta del bibliotecario, ha continuado: – Llevamos aqu'i toda la tarde recuperando libros y manuscritos antiguos con la ayuda de cortapapeles, pinceles finos y pegamento. !Y ahora t'u, Airecito, sopla lo m'as fuerte que puedas! Hay que secar muy bien el pegamento en esta p'agina. Y Airecito soplaba fuerte, muy fuerte para secar las p'aginas de un libro reci'en recuperado mientras Adelina las hojeaba y charlaba con el: – Vaya… nosotros con el abuelo encolamos los libros, los encuadernamos de nuevo e incluso cambiamos las p'aginas da~nadas. Pero solo t'u, Airecito, con tu suave brisa puedes mantener estas hojitas heridas y tan fr'agiles cuanto haga falta. ?D'onde has estado? !Ah, bueno, es f'acil de adivinar! Seguro que adormeciendo a alg'un ni~no de la ciudad. Sabes Airecito, sin ti no ser'ia posible salvar algunos libros, porque algunas p'aginas son tan decr'epitas y fr'agiles que se pueden destruir por completo solo con un toque m'as ligero y cuidadoso. El bibliotecario ha afirmado lo dicho por ella: – !Y que habilidad tienes para hacer desaparecer el polvo de las estanter'ias de libros cuando nos ayudas a limpiar la biblioteca! Y Adelina ha empezado a re'ir: – !S'i! !La limpieza nunca hab'ia sido tan divertida como ahora! ?Verdad, abuelo? !Y ya tenemos bien pegada y seca la p'agina, todo ha salido genial! Hemos terminado por hoy con todo el trabajo, ahora podemos descansar. – Pues entonces yo voy a dar un paseo y airearme un poco, – ha dicho Airecito. – !Si, hace una noche magn'ifica, estrellada y calurosa! Dejaremos el ventanillo abierto para ti hasta el amanecer, – ha contestado el bibliotecario. El Airecito ha salido por la ventanilla abierta y se ha ido volando sobre la dormida ciudad. De repente un llanto ha llegado a sus o'idos, y seguro que no era llanto de un ni~no. Era lamentable, triste y se o'ian chirridos y ruidos extra~nos en 'el. El Airecito se ha dirigido hacia all'i, desde donde se escuchaba este misterioso sonido. El llanto le ha tra'ido a la Plaza de la ciudad y Airecito se estremeci'o al ver lo que pasaba. En el centro de la Plaza estaba llorando desconsoladamente la vieja Torre de la prisi'on. Ella lloraba tan fuerte que su tejado rechinaba con cada suspiro y se mov'ia de un lado al otro. Se estremec'ian todas sus almenas y torrecitas, sonaban las rejas de hierro fundido y chirriaban las veletas. En los viejos tiempos esa majestuosa y arrogante Torre inspiraba miedo a los ciudadanos ya con su aspecto, sin embargo ahora es solo un antiguo y vetusto edificio de prisi'on que est'a vac'io y abandonado por lo menos los 'ultimos 300 a~nos. Y ahora la Torre que era tan soberbia en el pasado lloraba como una viejita, indefensa y tan sola en el medio de la dormida ciudad. Al principio Airecito no pod'ia creer en lo que estaba viendo y pens'o que eso le hab'ia parecido en medio de la noche. Pero al escuchar como segu'ia llorando la Torre le ha entrado mucha l'astima y Airecito se dirigi'o a ella. Al acercarse le pregunt'o: – ?Qui'en te ha ofendido? ?Qu'e te ha pasado? – !Ah, eres t'u, Airecito! !Oh, soy tan infeliz! Estoy llorando porque en nuestra peque~na y acogedora ciudad la gente nace y vive luego toda su vida a la vista de los dem'as. !Porque hace much'isimo tiempo que no hay malvados en nuestra ciudad y ya ni te digo lo dif'icil que es encontrar a un ladr'on! No hay nadie a quien encarcelar entre mis muros, – lamentaba la Torre. Airecito, muy sorprendido, ha protestado: – !Sabes, yo
pienso que todo eso son motivos para alegrarse! 'El estaba ya m'as tranquilo porque seg'un parec'ia no pasaba nada serio. Airecito quer'ia dar la vuelta y volar a casa. Pero la Torre segu'ia quej'andose tragando las l'agrimas: – Es cierto, y yo misma tambi'en me alegrar'ia por eso pero… !Ayer por la ma~nana el Gobernador dijo que era necesario derrumbarme! – ?Qu'e decreto? – se asombr'o Airecito. – El decreto en el que Gobernador manda destruirme ma~nana por la ma~nana. “una ruina vieja que afea con su presencia el aspecto tan bello de nuestra ciudad…” eso ha dicho, ?te lo puedes creer? !Yo no soy vieja, yo soy antigua! !Mira que bonitos son mis ladrillitos, mira que preciosas son mis torrecillas! Y lo m'as importante es que yo como nadie m'as en esta ciudad he sido siempre tan fiel a nuestro Gobernador. Cuando 'el cada vez a mediod'ia sal'ia a la Plaza arrastrando su precioso manto y empezaba a leer las noticias de la semana a los ciudadanos, yo le proteg'ia de los abrasadores rayos del sol en la sombra de mis murallas. !Cu'anto me gustaba escuchar su voz divina! !Oh, que ingratitud tan cruel! Y la pobre Torre no ha podido decir nada m'as porque la ahogaban las l'agrimas. – !Eso s'i que es verdad! – dijo Airecito. – T'u has sido casi la 'unica aqu'i en nuestra ciudad a quien le gustaba escuchar esas noticias y decretos bobos del Gobernador compuestos por el mismo. Los ciudadanos est'an bastante cansados de tener que dejar todo lo que est'en haciendo y reunirse en pleno d'ia en la Plaza para escuchar al Gobernador. !Y a 'el no se le ocurri'o nada mejor que prohibir estrictamente las editoriales y la lectura de los peri'odicos de verdad con aut'enticas noticias solo para que se le escuche a 'el y a nadie m'as! – !Ay, Airecito… mira, ya est'a amaneciendo!!– se ha echado a llorar de nuevo la Torre. – !No, no llores! Yo te ayudare! !Aun yo mismo no s'e como pero te salvare, mi Torre! !Se me ocurrir'a algo! – !Pero t'u eres tan peque~no, eres casi invisible! ?Qu'e se te puede ocurrir? Acaso un cuento… !pero por m'as maravilloso que sea, no me salvara de la destrucci'on! !De repente Airecito se ha alegrado much'isimo al o'ir esas palabras de la Torre! – !Un Cuento, claro, un Cuento! !Eres tan lista Torre, me lo has dicho justo a tiempo! – se alegr'o tanto nuestro Airecito que empez'o a dar volteretas de felicidad. Y aqu'i hay que decir que a la Torre le ha entrado un ataque de estornudos a causa de ese regocijo repentino. – !Ach'is! !Vaya! !No eres tan d'ebil como pareces Airecito! Pero… !ach'is! !Tanto trabajo en la Biblioteca no te ha servido de bien! La Torre quer'ia seguir criticando un poco m'as a Airecito pero en este momento se ha dado cuenta que en la Plaza han aparecido unos obreros. Ellos se dirig'ian hacia ella y estaban equipados con todo lo necesario para cumplir con la orden del Gobernador y destruirla. Al verlos la Torre ha dado un aullido de horror. – !Basta de quejarte! !Todo ira genial, ya ver'as! – ha dicho Airecito saltando para abajo desde el parapeto donde estaba sentado. Se ha dirigido hacia los obreros que se acercaban cada vez m'as y de repente se ha puesto a aullar, arremolinarse y dar saltitos alrededor de los hombres. Tambien gritaba fuerte a sus o'idos y pegaba unos alaridos terribles: – !Yo soy el esp'iritu rebelde de un bandido! !Oooh!!! !Yo soy un malvado sanguinario, el Fantasma de la Torre! ?Qui'en se atreve a quitarme mi eterno hogar? ?Qui'en es el valiente que se atreve a destruir la vieja Torre? !Yo, el esp'iritu terrible, me ir'e a vivir a la casa de este atrevido! Luego persigui'o a uno de los obreros que se ha echado a correr y chill'o sin piedad a sus o'idos: – !Yo soy un malvado, mi nombre es Barba Azul! Y yo advierto a todo el que se atreva a hacerle da~no a la Torre que me mudare de sus murallas destruidas a vuestras casas. !Y entonces se acabaran la felicidad y la paz en vuestras familias! Solo os quedaran las amargas l'agrimas de vuestras mujeres y ni~nos… Todos los obreros se fueron aterrorizados. El Airecito estaba que brincaba y ya no era capaz de calmarse. Se arm'o de m'as valor y vol'o a la casa del Gobernador. All'i se ha colado al dormitorio y con los gritos y ululatos enseguida ha despertado al Gobernador que ya estaba temblando de miedo. – ?!As'i que t'u eres el Gobernador, el bobo que ha emitido un decreto m'as est'upido que jam'as se ha visto?! !T'u has ordenado derrumbar la vieja Torre pero no sab'ias que ella serv'ia de refugio para almas desamparadas de muchos y muchos malvados que hab'ian vivido en ella en los tiempos pasados! !Si t'u destrozas la Torre nosotros quedaremos sin hogar y vendremos a vivir aqu'i en tu dormitorio! !Y entonces tu nunca m'as sabr'as que es la calma! El Gobernador despierto con esos gritos de su tranquilo sue~no ha pensado
primero era una pesadilla. En cuanto se ha dado cuenta que era la realidad se ha echado la manta encima aunque ha visto enseguida que de esa manera tampoco pod'ia esconderse de Airecito. Entonces se ha levantado de la cama de un salto y se ha dirigido corriendo a la Plaza para leer a la gente de la ciudad un decreto nuevo. Acompa~nado por el son de las trompetas ha proclamado: – Mando considerar
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