En las alas del sue?o
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– Hola, Marisol, mi hijita querida, !que bien que hayas vuelto, ahora ya siempre vivir'as con nosotros! – dijo, besando a la chica. Marisol abraz'o a su madre y hermano menor.
Despu'es todos entraron en la casa muy alegres, cruz'andose palabras y hablando sin parar. Y los rodearon los sirvientes que tambi'en estaban muy felices por la llegada de la se~norita.
– Luisa, lleva el equipaje de Marisol a su habitaci'on y prep'arale la ba~nera, pues tiene que lavarse despu`es del camino, – mand'o do~na Encarnaci'on a la criada.
– La ba~nera ya ha sido preparada, – contest'o esta cogiendo las cosas de Marisol.
Do~na Encarnaci'on acompa~n'o a su hija hasta su habitaci'on.
– C'ambiate de ropa y l'avate, mi ni~na, – le dijo cari~nosamente, – descansa un poco, te estamos esperando en el comedor.
Al cabo de una media hora, Marisol, despu`es de tomar el ba~no y cambiarse de ropa, poni'endose un vestido azul que le iba mucho, fue al comedor oscuro donde ya hab'ia comenzado la comida. La mesa estaba cubierta con un mantel blanco, y sobre ella se encontraban platos tradicionales madrile~nos: asado de cordero, pollo al horno, cocido, pescado, hortalizas, pan y el vino joven. Para la comida hab'ian sido invitadas la abuela de Marisol, Do~na Mar'ia Isabel, y sus t'ias maternas.
– Bueno, Mariso,l cu'entanos tu vida en el monasterio, – le solicitaban los hu'espedes a la chica, disfrutando de la comida.
Pero la chica no ten'ia mucho que contar. Una disciplina severa, madrugones, oraciones, clases, tareas de casa, ex'amenes, comida escasa, monjas duras que la hab'ian castigado por cualquier desliz. As'i que la se~norita sent'ia un gran alivio al saber que todo esto hab'ia terminado, y por fin pod'ia disfrutar de una vida libre en la casa de su madre.
Sin embargo coment'o que ten'ia ganas de cantar en un coro de iglesia. Era amante de la m'usica, sab'ia tocar el la'ud y ya hab'ia cantado en el coro del monasterio durante su tiempo de estudios.
Do~na Encarnaci'on consinti'o. Estaba muy alegre y se sent'ia orgullosa por su hija. Marisol hab'ia finalizado con 'exito sus estudios y hab'ia sido una estudiante muy d'ocil y aplicada.
Su madre les quer'ia dar una buena educaci'on y ense~nanza a todos sus hijos, y en aquel momento estaba muy feliz por los 'exitos de sus hijos mayores, Roberto, caballero de Su Majestad, y Marisol, su hija preferida.
Cap'itulo 2
Al cabo de unos d'ias Marisol decidi'o visitar a su amiga con quien hab'ia compartido sus estudios en el monasterio de las carmelitas. Elena Rodr'iguez Guanatosig – as'i se llamaba su amiga – viv'ia cerca, en la calle Flores, en una casa peque~na. La madre de Elena muri'o despu`es del parto, y la chica fue educada por su abuela, do~na Luisa, y sus t'ias, hermanas solteras de su padre, este era un funcionario en el Ayuntamiento, que trabajaba en los asuntos de administraci'on de la ciudad.
Su familia no era rica. Elena era la hija menor y ten'ia dos hermanos mayores. Uno de ellos hac'ia unos a~nos se hab'ia marchado a las colonias, buscando aventuras, y el otro, Enrique, estaba en el servicio militar en el Sur de Espa~na, donde a'un estaban arreglando todos los asuntos legales despu'es de la expulsi'on de los musulmanes.
– !Te he echado de menos, Marisol! – exclam'o Elena, al ver a su amiga en su casa . – ?Seguiremos siendo amigas, como antes, no?
– Por supuesto, querida Elena – contesto Marisol – yo tambi'en te extra~naba, ya que hemos pasado juntas todos estos a~nos en el monasterio. Mi madre y mi abuela no me dejan salir de la casa, dicen que no est'a bien que una se~norita salga sola, ?vamos a pasear juntas?
– De acuerdo, amiga, pero ?que piensas hacer?
– Mi mam'a quiere que yo me vaya a nuestra hacienda en el Sur, ?no quieres acompa~narme?
– !Con mucho gusto ir'e, pero si me dejan mis familiares! A prop'osito, all'i est'a en el servicio militar mi hermano Enrique, !tal vez, podamos encontrarle!
Los chicos pidieron permiso a la abuela de Elena para que les dejara pasear por la ciudad, pero do~na Luisa mand'o que salieran en el coche, bajo la vigilancia del cochero. Las chicas se acomodaron en los asientos y los caballos echaron a galopar por el pavimento adoquinado de la ciudad.
En aquella 'epoca Madrid a'un no era la capital de Espa~na y parec'ia una ordinaria ciudad de provincias, sin embargo la corte real no estaba lejos. All'i, en la ciudad de Toledo, estaba en el servicio militar el hermano mayor de Marisol, que era un caballero de Su Majestad el Rey.
Por ser menor de edad el sucesor al trono, Carlos I, nieto de Isabel y Fernando, c'onyuges ya fallecidos – sus padres ya hab'ian pasado a mejor vida – el estado estaba gobernado por un regente.
Sin embargo aunque la ciudad no era la capital, las muchachas se alegraban paseando en el coche por sus calles, despu`es de muchos a~nos de encierro en el monasterio. Los cascos de los caballos trotaban por el pavimento arrastrando el coche. Los ciudadanos de a pie y caballeros, sobre todo los j'ovenes, no dejaban de prestarles atenci'on a las se~noritas. Las amigas iban alborotando y ri'endose con regocijo, mientras el cochero intentaba rega~narlas explic'andoles que no era decente para las chicas j'ovenes portarse as'i.
– !Vaya! Por aqu'i, igual que en el monasterio, no hay ninguna libertad – se lament'o Elena.
– Bueno, amiga, nos vamos al Sur, a nuestra finca, !creo que all'i no nos van a sobreproteger de la misma manera que en Madrid! – se ri'o Marisol.
Pronto se encontraron en una de las plazas de la ciudad, donde se realizaban ejecuciones, y Elena cont'o que hac'ia unos d'ias por aqu'i hab'ian sido quemados herejes.
– ?Quienes son los herejes? – le pregunt'o Marisol.
– No lo s'e exactamente, mi abuela dice que estas personas no reconocen la Escritura Sagrada y se oponen al Papa.
– ?Acaso es un motivo para quemar a la gente? – se sorprendi'o Marisol.
En respuesta Elena solo se encogi'o de hombros.
Se acercaron al lugar. En la plaza estaban preparando le~nas para un nuevo fuego.
– Ma~nana volver`an a quemar a alguien – advirti'o Elena.
Marisol se sinti'o mal.
– V'amonos de aqu'i lo m'as pronto posible – le dijo al cochero.
El humor fue estropeado, y en el alma de la chica se qued'o un regusto amargo.
– Se me quitaron las ganas de pasear – le dijo a su amiga.
Al cabo de unos d'ias las impresiones hoscas producidas por el paseo, se desvanecieron, y las dos amigas, acompa~nadas por la abuela de Marisol, do~na Mar'ia Isabel, dejaron Madrid dirigi'endose al sur del pa'is, a Andaluc'ia, en donde se encontraba un gran latifundio, que era patrimonio de la familia de la Fuente. El dominio se encontraba cerca de C'ordoba.
La finca fue donada a los antepasados de do~na Encarnaci'on por el rey, a'un en el siglo XIII, despu'es de la expulsi'on de los musulmanes desde C'ordoba. Los nuevos due~nos durante casi dos siglos, con mucho af'an, hab'ian estado acondicionando el dominio, previa residencia mauritana que hab'ia pertenecido a un consejero del emir de C'ordoba.