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En las alas del sue?o
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Al volver a casa, Marisol se encerr'o en su habitaci'on, se ech'o en la cama y rompi'o a llorar. La criada, varias veces, llamaba a su puerta, pero la chica ped'ia que la dejaran en paz. Al cesar de llorar se qued'o como en un estupor, muy abotargada y atontada, y en aquel estado, hecha polvo, la encontr'o Do~na Encarnaci'on

– ?Qu'e te ha pasado, mi querida hija? – le pregunt'o, muy preocupada – volviste tan temprano de la Catedral … . La criada dice que has estado llorando todo este tiempo, dime ?qui'en te hizo da~no? ..

Marisol abraz'o a su madre y volvi'o a sollozar, y con voz entrecortada le relat'o todo lo que le hab'ia sucedido.

– !Ahora ya lo comprendo! – dijo Do~na Encarnaci'on, suspirando dolorosamente. – Me hab'ia dado cuenta de que est'as enamorada. Te enamoraste de un cl'erigo. !Qu'e pena, mi ni~na! – y la mujer tambi'en rompi'o a llorar.

Las dos se quedaron calladas un rato.

– 

Tienes que olvidarlo, mi hija – dijo por fin, Do~na Encarnaci'on – si no, vas a sufrir toda la vida, a'un eres muy joven .. !qu'e pena que tu primer amor tan pronto se convirtiera en un dolor para ti! … , pero no lo tomes as'i, mi ni~na, tienes toda la vida por delante, creo que volver'as a enamorarte

m'as de una vez; en fin encontrar'as a un hombre bueno y decente, te casar'as y tendr'as una buena familia.

Marisol se acord'o de Enrique y de su promesa de pedir su mano despu`es de haber cumplido con su servicio militar al Rey.

– Claro mam'a, tienes raz'on – dijo la chica en voz baja – intentar'e olvidarlo, sacar a este muchacho de mi cabeza.

– As'i es, es justo eso, mi hijita, ya ver'as, se te pasar'a pronto – dijo Do~na Encarnaci'on cari~nosamente.

Marisol suspir'o decidiendo hacer caso a lo que le hab'ia dicho su madre.

Sin embargo al d'ia siguiente, en la Catedral, de nuevo hab'ia un ensayo com'un del coro y Marisol volvi'o a ver a Rodrigo. Procuraba no mirarlo, pero los sentimientos se apoderaron de la chica, como antes, exactamente igual que antes. Se daba cuenta de cu'anto quer'ia a aquel muchacho.

Terminado el ensayo, 'este, como si nada, la estaba esperando cerca de su coche.

– ?Qu'e le pasa, Marisol, por qu'e parece usted tan triste? – le pregunt'o a la chica, muy preocupado – ?sucedi'o algo en su casa? ..

– En mi casa todo est'a bien, – le contest'o con voz abatida – pero usted pronto se har'a cura, y todo terminar'a.

Entonces el muchacho se puso sombr'io.

– Usted tiene raz'on, – dijo Rodrigo, – debo servir a Dios. Eso significa que no puedo casarme y crear una familia, pero, de verdad – el muchacho mir'o alrededor y baj'o su voz – cuando la v'i a usted, lament'e mi decisi'on y ahora dar'ia mucho para volver a ser un hombre normal y com'un, para poder estar con usted, pero ya no puedo cambiar nada.

Se par'o en seco y volvi'o su rostro de la chica.

– Perd'oneme, Marisol – le dijo con voz apagada. Y luego de pronto, la agarr'o de la mano y le dio un beso.

De s'ubito, Marisol not'o que alguien los miraba. Era el preceptor del coro masculino y unas mujeres de su grupo.

– Adios, – le dijo la chica a Rodrigo con l'agrimas en sus ojos, deshaci'endose de su mano. Y salt'o al coche. Este se puso en marcha por el pavimento de canto rodado, mientras las l'agrimas segu'ian ahogando a la muchacha.

Marisol nunca m'as volvi'o a ver Rodrigo en la Catedral de San Pablo. El preceptor del coro y el padre se enteraron de sus citas, y por eso al muchacho le retiraron del coro. Hac'ia sus estudios en el seminario conciliar de Madrid, y tuvo que concentrarse en esto, prepar'andose para ser cl'erigo y servir a Dios.

Cap'itulo 6

A pesar de todo Marisol sigui'o cantando en el coro de la Catedral. Poco a poco el dolor de su alma iba calm'andose, ya que la m'usica la distra'ia. Pasaron meses, y con el principio del verano cuando la chica ya hab'ia cumplido quince a~nos, Do~na Encarnaci'on la volvi'o a enviar a su finca, a Andaluc'ia.

Sin embargo ahora se iba sin compa~n'ia de su amiga Elena. Marisol ten'ia ganas de quedarse sola. Le gustaba so~nar, crear fantas'ias en donde se ve'ia junto a Rodrigo. A veces estaba ansiosa y deseaba que sucediera un milagro y que entonces pudiera unirse a 'el; no obstante luego volv'ia a la realidad persuadi'endose a s'i misma que lo que imaginaba, era imposible. Los curas cat'olicos aceptaban el voto de celibato para toda la vida y con esto ten'ia que resignarse mientras se acordaba de Enrique, pensando que a su lado podr'ia olvidarse de sus sentimientos hacia el cantante.

Mientras tanto Enrique hab'ia sido mandado a otra provincia y por eso no pudo visitarla.

Marisol se acordaba de su promesa y esperaba que al cabo de un a~no, al cumplir su servicio al rey, el muchacho volver'ia a Madrid e ir'ia a su casa para pedir su mano. Y con esto se consol'o.

Al cabo de unas semanas lleg'o a la finca toda la familia: Do~na Encarnaci'on, Isabel, hermana menor de Marisol y Jorge Miguel, su hermano menor que acababa de cumplir nueve a~nos y estaba prepar'andose para ingresar en la escuela para los caballeros j'ovenes en la corte. Pronto apareci'o tambi'en Roberto, hijo mayor de Do~na Encarnaci'on, a quien le hab'ian concedido unas peque~nas vacaciones por su fiel servicio.

Roberto era uno de los mejores caballeros de Su Majestad y el hombre de confianza del mismo regente.

La presencia de los familiares distra'ia a Marisol de su soledad. La familia recib'ia a hu'espedes y tambi'en iba de visitas. A pesar de todo eso, la chica prefer'ia pasar tiempo en el jard'in, donde le gustaba pasear, descansar y so~nar. Y a veces se apartaba a un rinc'oncito pintoresco para escribir algo o tocar el la'ud.

Otro verano vol'o, y ya era tiempo para volver a Madrid. Marisol regres'o a sus ensayos en el coro de la Catedral. Ya cantaba con otros participantes en los oficios. Logr'o hacer amistad con algunas chicas de su grupo y as'i se entreten'ia y se sent'ia bien. En la casa se sent'ia aburrida ya que su hermana Isabel hab'ia vuelto al monasterio para continuar sus estudios, y Jorge Miguel ya viv'ia en la corte con otros chicos de la escuela para futuros caballeros. A la chica no le gustaba su austera casa de Madrid, all'i se sent'ia inc'omoda y extra~naba su querida finca de Andaluc'ia.

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