En las alas del sue?o
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Do~na Encarnaci'on y Marisol parec'ian ni muertos ni vivos despu'es de todo lo sucedido. S'olo al pasar una hora empezaron a volver en s'i y se dieron cuenta por fin, que nadie les amenazaba m'as; as'i que pudieron tomar aliento.
Diez d'ias despu'es, el dichoso pariente de la familia Echeveria de la Fuente fue juzgado por el Tribunal del Rey y condenado al exilio del pa'is a las colonias, por la p'erdida del honor de caballero.
Roberto Echever'ia personalmente, le escolt'o hasta C'adiz, donde el prisionero fue colocado en un nav'io que le iba a llevar a las islas para cumplir la condena.
Terminado el asunto, Roberto volvi'o a la casa y comunic'o que nada m'as amenazaba a su familia. Todos los habitantes de la casa, por fin, pod'ian dormir en paz.
– Y ?si de repente huye y vuelve por aqu'i? – pregunt'o Marisol cautamente.
– Es posible, pero muy poco probable. Espero que se quede all'i para siempre. As'i que pod'eis vivir tranquilas.
Por la tarde Do~na Encarnaci'on organiz'o una peque~na cena familiar para celebrar aquel evento, a donde invit'o a sus hermanas, t'ias de Marisol y a su abuela. Todos se alegraban por la prodigiosa liberaci'on del peligro que amenaz'o a toda la familia, agradeciendo a Roberto por la discreci'on.
– Y ahora, ?qu'e piensas hacer, mi hermana? – le pregunt'o a Marisol Roberto despu'es de la cena – !no estar'ia mal que te busc'aramos a un novio!
– Pienso irme a Andaluc'ia para unos meses – le contest'o Marisol – por aqu'i, en Madrid, s'olo tengo disgustos. En nuestra finca me siento bien y tranquila. No importa que pronto llegue el invierno, no le tengo miedo.
Do~na Encarnaci'on se apen'o, al saber de la decisi'on de su hija.
– Estar'as sola all'i, hija m'ia – le dijo con un suspiro – Y yo tambi'en me quedo sola en nuestra casa, pero tengo que estar aqu'i. !Ojal'a que por lo menos Roberto se case pronto para que pueda criar a mis nietos!
– No te preocupes por m'i, mam'a – le consolaba Marisol. All'i estar'e muy bien en nuestra casa antigua, en nuestro jard'in tan grande y hermoso, no importa en qu'e estaci'on del a~no estemos; por aqu'i tienes a mis t'ias y a mi abuela, adem'as Roberto y Jorge Miguel van a ir a visitarte con m'as frecuencia.
Quiero vivir all'i unos meses para tranquilizarme, – a~nadi'o – ya pensar'e que voy a hacer. Por aqu'i no me siento bien, parece que las mismas paredes me aprieten; ni siquiera puedo continuar mis ensayos con el coro, ya que todos vieron aquel incidente con Jos'e Mar'ia. Ya no s'e que puedan pensar de mi.
– Bueno, quiz'as, en realidad, as'i ser'a mejor para ti – suspir'o Do~na Encarnaci'on – vete con mi bendici'on, hija m'ia, !qui'en sabe!, acaso all'i, en C'ordoba, hallar'as a tu prometido.
Por la ma~nana del d'ia siguiente, a la entrada de la casa, a Marisol ya estaba esper'andola el coche, para llevarla a Andaluc'ia. La muchacha llevaba consigo a Silvia, su nueva sirviente. Su hermano Roberto deb'ia acompa~narla hasta Toledo.
Do~na Encarnaci'on lloraba abrazando a su hija y despidi'endose de ella. Al subir al coche, la muchacha extendi'o su vista mirando su casa por 'ultima vez. Pens'o que su vida anterior se quedaba atr'as. Le parec'ia que algo maravilloso, por fin, deb'ia ocurrir en su vida, sustituyendo todas las penas y disgustos de los 'ultimos a~nos.
Por eso Marisol, con alegr'ia, miraba los paisajes de la Castilla oto~nal que pasaban ante su mirada, a trav'es de las ventanillas del coche que la llevaba fuera, lejos de Madrid, al encuentro de una vida nueva.
Cap'itulo 14
Al cabo de unos d'ias, Marisol lleg'o de nuevo a su querida finca en Andaluc'ia. Estaban a mediados del mes de Octubre. Los 'arboles en el jard'in y arboledas de alrededor ya empezaban a obtener los hermosos matices del oto~no. En el jard'in los campesinos recog'ian la cosecha de frutas. Una parte de la cosecha Don Jos'e la enviaba con carreter'ia a Madrid, el resto la vend'ia a comerciantes.
El administrador de la finca se quejaba que antes de que los musulmanes y jud'ios fueran expulsados del pa'is, hab'ia muchos comerciantes que llevaban su negocio muy bien y pagaban a manos llenas; pero en aquel momento el comercio iba muy flojo.
Don Jos'e viv'ia en la finca con su esposa, Do~na Manuela. Los esposos ya eran de avanzada edad. No obstante, su vida al aire libre, entre la naturaleza, discurr'ia bastante calmadamente, as'i que los dos gozaban de muy buena salud. Su hijo mayor ya hac'ia tiempo que viv'ia en C'ordoba, donde se dedicaba al comercio, ayudando a vender la cosecha recogida en el jard'in de la finca. El segundo hijo de los esposos estaba casado con una sirviente de la finca vecina, donde viv'ia con su familia y serv'ia de cochero.
Do~na Manuela atend'ia la casa para mantenerla en orden.
En la finca viv'ia tambi'en un viejo jardinero, Don Eusebio, que estaba enamorado de su jard'in, que en realidad era producto de sus esfuerzos, y parec'ia que el viejito llegaba a ser parte de su obra; raramente aparec'ia en la casa ya que viv'ia en su caseta peque~na y pasaba todo su tiempo entre sus plantas.
La cocinera, do~na Mar'ia, viv'ia en la aldea con sus hijos y nietos, llegando a la finca s'olo cuando ven'ian los due~nos desde Madrid.
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