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En las alas del sue?o
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Cualquier persona que te envidie tendr'a ganas de perjudicarte y redactar'a una denuncia contra ti; eso ser'a suficiente para someterte a torturas y enviarte al fuego. Ten mucho cuidado en lo que digas, hija m'ia, nunca conf'ies en personas desconocidas.

Marisol se encogi'o, al o'ir estas palabras.

– ?Acaso todo es tan desesperado? – le pregunt'o con voz baja.

– Es dif'icil vivir en nuestro pa'is – suspir'o el cura. – Hasta nosotros, los cl'erigos, sirvientes de Dios, arriesgamos en cualquier momento encontrarnos en las manos de los esp'ias del Pap'a. Si ahora alguien sorprendiera nuestra conversaci'on, enseguida nos enviar'ian a los dos a la prisi'on de torturas a C'ordoba.

– Sin embargo el mundo es, no s'olo Espa~na y el Santo Imperio Romano – continuaba el padre – aunque por supuesto, hay pa'ises, donde la vida es mucho m'as dura que en Europa, como por ejemplo, en el Oriente, en los pa'ises musulmanes. Sin embargo hace m'as de veinte a~nos Crist'obal Col'on, buscando una nueva v'ia hacia la India, descubri'o el Nuevo Mundo, un gran continente – Am'erica, como lo nombr'o un viajero italiano.

Estoy informado de que mucha gente ya se march'o all'i, o tiene ganas de marcharse, para empezar una vida nueva en un pa'is libre; aunque por supuesto, nuestro poder har'a todo lo posible para someter esas tierras, convirti'endolas en sus colonias.

Marisol estaba escuchando al padre Alejandro con mucha atenci'on. Sab'ia muy bien lo que le acababa de relatar. En aquella 'epoca conversaban por todos lados sobre el viaje de Col'on y su descubrimiento del Nuevo Mundo. Y mucha gente ya se hab'ia ido all'i: algunos por orden del rey, otros buscando aventuras o para salvarse de los esp'ias del Papa.

– Por supuesto, los misioneros de nuestra Iglesia Cat'olica tambi'en se dirigieron a Am'erica; sin embargo, pienso que no ser'a pronto cuando la mano de la Inquisici'on alcance esa tierra. Creo que muchas personas podr'an empezar all'i una vida nueva, libre y feliz.

– Gracias, a usted, padre Alejandro – pronunci'o Marisol – me ha tranquilizado un poco y me ha aclarado muchas cosas.

– Que te excusen tus pecados, que Dios te bendiga, hija m'ia – dijo el padre, haciendo la se~nal de la cruz encima de la cabeza de la muchacha.

Marisol sali'o del templo, sintiendo un gran alivio. Padre Alejandro sab'ia consolar, ahora la vida ya no le parec'ia tan desesperada como antes, el sol brillaba en el cielo azul, cantaban las aves, el aire fresco tra'ia el olor de jardines florecidos, los bosques de eucaliptos y de los campos. La muchacha se sinti'o como si una luz empezara a brillar delante de ella, y se precipitara a su encuentro.

***

Entre tanto, la vida en la finca pasaba con plena tranquilidad y placidez. Las hermanas disfrutaban de los paseos por su hermoso jard'in, rec'onditas escapadas hacia el r'io y algunos viajes a C'ordoba. Los domingos toda la familia asist'ia a las misas en la parroquia, y los jueves Marisol sol'ia tener charlas con el padre Alejandro.

A veces los visitaban sus vecinos, hacendados de otras fincas, de esta forma Marisol entabl'o amistad con In'es Gonz'ales, muchacha de una familia muy rica de Valladolid, que ven'ia a su dominio cerca de C'ordoba cada verano.

Do~na Encarnaci'on tambi'en sol'ia ir de visitas con sus hijos a las fincas de los vecinos, sin embargo ninguno de ellos ten'ia tal jard'in con alberca y ba~nos, como la familia Echever'ia de la Fuente, por eso algunos hu'espedes no dejaron de visitarlos. In'es Gonzales ven'ia a la casa de sus nuevas amigas casi cada d'ia. Todos los chicos, acompa~nados por Do~na Encarnaci'on y Don Jos'e, con frecuencia sal'ian a la ciudad, divirti'endose y alegr'andose de la vida.

Al parecer, Marisol se olvid'o de todos sus pesares, pues ya no ten'ia tanta preocupaci'on como antes, pero en su rostro apareci'o una arruga, su cara ya no era tan brillante y en sus ojos, a veces, se distingu'ia una tristeza.

As'i imperceptiblemente pas'o otro verano, y lleg'o el tiempo para volver a Madrid.

Isabel deb'ia continuar sus estudios en el monasterio de las carmelitas.

Do~na Encarnaci'on echaba de menos a su hijo Roberto que, debido a su servicio, no hab'ia podido tomar tiempo para visitarlos en la finca este verano.

Marisol se daba cuenta que ten'ia ganas de volver a sus ensayos con el coro de la iglesia.

Antes de su partida, la muchacha se entrevist'o de nuevo con el padre Alejandro.

– Me alegro de que hayas vuelto a la vida despu'es de tus pesadumbres, Marisol – le dijo el cura cari~nosamente – pareces alegre y tranquila, as'i que te sugiero, cuando vuelvas a Madrid, que hagas las paces con tu amiga y su hermano, tu antiguo novio; as'i obtendr'as la paz en el alma.

Marisol suspir'o.

– No s'e si ser'a posible, pero lo intentar'e – le contest'o con voz baja.

– ?Qu'e piensas hacer en Madrid, hija m'ia? – continu'o la conversaci'on el padre.

– Seguir'e cantando en el coro de la iglesia, y tambi'en ayudar a mi madre a gestionar la casa, luego …, pues no s'e, – dijo pensativa.

Se quedaron callados un rato.

– Padre – de improviso dijo Marisol – de todas maneras, no puedo comprender una cosa, ?acaso Dios dispuso que sus sirvientes, cl'erigos, no deben casarse y tener familia?, o lo inventaron las gentes?

El cura se qued'o turulato; record'o que la muchacha ya le hab'ia hecho tal pregunta, pero nunca le hab'ia dado una respuesta inteligible.

– Esc'uchame, hija m'ia – empez'o a contestarle – te dir'e una cosa. Claro que as'i nos ense~naron y convenc'ian, pero de verdad, yo mismo no creo que precisamente seg'un la voluntad de Dios, los cl'erigos deban quedarse solitarios. Conoc'i a unas personas que hab'ian viajado por diferentes pa'ises. Me comentaban que all'i los curas se casan, tienen hijos, y al mismo tiempo sirven a nuestro Se~nor.

– Sin embargo – padre Alejandro acerc'o su cara a la chica y baj'o la voz – todo lo que te acabo de comunicar, debe quedarse entre nosotros dos, no pienses en dec'irselo a alguien en alg'un sitio, es mejor que te olvides de estas palabras m'ias por tu propio bien, hija m'ia. En nuestra Iglesia Cat'olica es obligado a que sea as'i; si no est'as de acuerdo con algo, eres un hereje y te esperar'an todos los c'irculos del infierno.

Marisol suspir'o.

– Lo comprendo, padre – dijo con voz baja – estar'e callada, !es una pena que no podamos cambiar nada!

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