En las alas del sue?o
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– Estoy bien, mi hermano – le contest'o la chica con voz baja, sent'andose en un sill'on grande, en el rinc'on del sal'on. Se ve'ia que no ten'ia ganas de hablar.
Do~na Encarnaci'on se acerc'o a su hijo, le cogi'o del brazo y se sent'o a su lado.
– Tu hermana est'a muy disgustada con Enrique Rodriguez – le dijo – porque se hab'ia portado mal con ella. Hace dos a~nos, cuando Marisol y Elena, hermana de Enrique, estaban en nuestra finca en Andaluc'ia, este hombre las visitaba varias veces y se prendi'o de Mar'ia Soledad. Le propuso hacerse su novio y le prometi'o pedir su mano cuando cumpliera con su servicio militar, pero como ves, de momento est'a a punto de casarse con otra. As'i son estos Rodr'iguez !personas de poca confianza!
Roberto se puso muy enfadado, se levant'o del sof'a e incluso se puso rojo de la ira.
– !Y este se llama caballero de Su Majestad! – exclam'o con indignaci'on.
El hermano de Marisol, normalmente, era un hombre bastante reservado y sab'ia controlarse a si mismo, pero de vez en cuando le suced'ian reventones de rabia, y en aquel preciso momento no pudo mantener su calma. !Insultaron el honor de su familia! En estos asuntos Roberto era implacable y nunca lo podr'ia perdonar.
– !Este canalla maltrat'o a mi hermana! !la enga~n'o y la hizo sufrir! ?c'omo pudo tratarla de esta manera, como si fuera una sirviente? – gritaba Roberto, caminando muy r'apido por el sal'on de aqu'i para all'a – !se lo har'e pagar todo! !todas las l'agrimas de mi querida hermana! – exclam'o arrancando su espada.
Do~na Encarnaci'on y Marisol se levantaron bruscamente de sus sitios y se acercaron corriendo al muchacho, intentando calmar la tempestad de sus sentimientos.
– Tranquil'izate, querido hermano, – le dec'ia Marisol, – este hombre no vale lo suficiente como para ir con venganzas hacia 'el. Todo pasar'a, yo ya comprendo que no es una pareja adecuada para m'i.
– ?C'omo que no vale? !insult'o a toda nuestra familia!. No puedo dejarlo as'i, o !no soy un caballero de Su Majestad! !tiene que responder por todo!
– ?Qu'e piensas hacer, Roberto? – le pregunt'o Do~na Encarnaci'on muy alarmada. Marisol tambi'en parec'ia perpleja.
– !Ahora mismo me voy a su casa para desafiarle!, hablaremos como dos hombres!, me lo tiene que aclarar todo!
Las dos mujeres se pusieron a persuadirlo para que no lo hiciera, pero Roberto parec'ia implacable. Se liber'o de sus manos, cogi'o su capa y sali'o corriendo de la casa.
– !Oh, Dios! y ahora ?qu'e ser'a? – le pregunt'o la chica a su madre, muy pasmada y sobresaltada.
Do~na Encarnaci'on suspiraba dolorosamente.
– Lamentablemente, no lo podremos retener – dijo con tristeza – soy yo quien tiene la culpa, no deb'i cont'arselo. Ahora habr'a un esc'andalo, ya sabes, para Roberto la cuesti'on de honor est'a por encima de todo.
Entre tanto, Roberto montado en su caballo corr'ia a todo correr hacia la casa de los Rodr'iguez. Como viv'ian cerca, al cabo de unos minutos ya estaba all'i, se desmont'o a la entrada y llam'o a la puerta.
El portero le abri'o y al reconocerlo, inclin'o su cabeza con respetuosidad y le hizo pasar.
Roberto prosigui'o a la sala donde se encontraban s'olo, el due~no de la casa, Don Luis, y la abuela de Elena y Enrique. Al ver al hu'esped a esa hora en su casa, los dos se pusieron de pie ante lo inesperado.
–
!Mis respetos, se~nores
!
– les salud'o Roberto con
reverencia -
He venido para ver a Enrique, tengo que conversar con 'el, ?est'a en casa?
El muchacho intentaba mantener la calma, pero su aspecto agitado y enfurecido les provoc'o un desagradable escalofr'io a los due~nos de la casa. Entre tanto al o'ir el ruido, entr'o en la sala el mismo Enrique, y seguidamente apareci'o Elena. Todos miraban con gran asombro al hu'esped inesperado.
– Buenas noches, se~nor Echever'ia, – le contest'o Don Luis, muy alarmado, – pero ?qu'e es lo que pasa, a que debemos su visita a esta hora?
– He venido por ti, – dijo Roberto dirigi'endose directamente a Enrique, – salgamos para hablar como dos caballeros de Su Majestad.
Enrique sin contestar nada, cogi'o su capa y sigui'o a Roberto. Los dem'as presentes los miraban con ansiedad, y los dos muchachos salieron a la calle.
Enrique conjeturaba el motivo por el que hab'ia venido el hermano de Marisol, pero guardaba silencio.
La calle estaba tranquila, parec'ia que s'olo las estrellas en el cielo nocturno los observaban a los dos.
– Te hago el desaf'io – empez'o a decir Roberto directamente, sin rodeos, mirando directamente a los ojos del joven – creo que sabes cu'al es la raz'on. Prometiste casarte con mi hermana, pero la enga~naste; esto es un insulto para mi abolengo, que se lavar'a s'olo con la sangre.
Enrique se puso p'alido y alterado, su respiraci'on y coraz'on se aceler'o. Roberto era uno de los mejores tiradores de espada en el pa'is y uno de los caballeros de Su Majestad m'as fieles. Batirse con 'el significaba condenarse a si mismo a una muerte verdadera.
–
Era simplemente un enamoramiento que pas'o pronto – mascull'o el muchacho.
–
Supongamos que as'i fue – le contest'o Roberto – pero nadie te tiraba de la lengua. ?P
ara qu'e le diste una promesa a mi hermana si no estabas seguro de que pudieras cumplirla?
.
La palabra de un caballero es ley. Marisol te crey'o y te estaba esperando todos estos a~nos
, sin embargo ni siquiera moviste un dedo para explicarle
todo o pedir
la
perd'on. Te porta
ste como un cobarde.
Enrique se qued'o callado, no ten'ia nada que responder.
– Ma~nana a las seis en punto te espero cerca del encinar en las afueras de la ciudad; espero que te portes como un caballero y no rechaces el desaf'io, sino, deshonestar'as a toda tu familia y todo el mundo va a saberlo.
Enrique no le contest'o nada, s'olo baj'o su cabeza.
Roberto, entonces, sin a~nadir nada m'as, se mont'o de un salto en su caballo y parti'o fuera alej'andose a toda prisa.