En las alas del sue?o
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Terminado el ensayo, cuando todos los cantantes comenzaron a marcharse, mientras sal'ia de la sala, Marisol volvi'o la cabeza y vio al muchacho que segu'ia mir'andola.
De improviso se acord'o de Enrique y se sinti'o culpable.
“Oh! por favor, dir'an de mi .. !ella tiene un novio, pero pone los ojos en otros hombres!”
Un poco despu'es sali'o de la Catedral con un grupo de otros cantantes dirigi'endose a su coche.
La chica ya estaba a punto de sentarse cuando algo le hizo volverse, volvi'o el rostro y vio al muchacho detr'as de s'i; sus ojos brillaban de forma extra~na en ella.
El joven la salud'o con un movimiento de la cabeza, sonriendo como antes. La chica tambi'en lo hizo, y casi sin darse cuenta le mene'o su cabeza.
– !Buenos d'ias! – le dijo el muchacho con 'animo – es usted una cantante nueva? .. nunca la he visto antes en la Catedral.
– Buenos d'ias – le contesto Marisol – Cierto! He empezado a ensayar recientemente con el coro.
– ?C'omo se llama usted? – segu'ia pregunt'andole el muchacho.
– Mar'ia Soledad – le contesto en voz baja – ?y usted?
– Me llamo Rodrigo Pontevedra – dijo con una amplia sonrisa.
“Parece que es gallego” – pens'o la chica.
Se sent'ia muy bien a su lado, como si no importara el mundo; todo era igual y a la vez distinto, y no tal y como estaba antes. Marisol percibi'o que los colores se hab'ian hecho m'as claros y brillantes, oy'o cantar a las aves y re'ir los ni~nos, e incluso le pareci'o ver a los 'angeles batir sus alas.
Los dos j'ovenes se quedaron enfrente, inm'oviles, mir'andose uno al otro, sin ganas de separarse.
– Se~norita Maria Soledad, ya es tiempo de volver a casa – oy'o la chica decir al cochero.
– Tengo que irme a casa – dijo la chica al muchacho como si se disculpara.
– Encantado de haberla conocido, Marisol – le contesto Rodrigo. – me alegro mucho de que vaya a cantar con nuestro coro.
– Tambi'en encantada con nuestro conocimiento – dijo la chica cari~nosamente – !Hasta pronto! – a~nadi'o sent'andose en el coche.
– Hasta la vista, !que tenga usted un feliz d'ia! – exclam'o el muchacho despidi'endose de ella.
Y Marisol le miraba desde la ventana del coche hasta que desapareciera de la vista.
Por el camino Marisol sent'ia que le pasaba algo que nunca hab'ia experimentado antes, la imagen del muchacho no se la quitaba de su mente, como si lo tuviera delante de los ojos todo el tiempo, y durante el camino no dejaba de pensar en 'el.
Y as'i tambi'en le sucedi'o al d'ia siguente.
Do~na Encarnaci'on not'o que a su hija le estaba pasando algo.
– Parece que estuvieras enamorada, mi querida hijita – le dijo con una sonrisa.
– Todav'ia no lo s'e, no comprendo nada, mam'a – le contesto la chica de una forma evasiva; y no quiso compartir con nadie sus nuevas sensaciones.
Marisol se daba cuenta de que no hab'ia sentido nada de eso, al conocer a Enrique, que nunca antes se hab'ia sentido as'i, de esta forma que le resultaba tan extra~na.
“Quiz'as, lo que siento ahora, realmente es el amor” – pens'o la chica.
Verdaderamente, sent'ia un levantamiento desconocido del alma; ten'ia muchas ganas de cantar y bailar, de querer a los dem'as y de hacer el bien a todo el mundo.
Cap'itulo 5
Por fortuna aquel d'ia, por el bullicio que hab'ia cerca de la Catedral, nadie prest'o atenci'on a la conversaci'on entre Marisol y Rodrigo, por eso al d'ia siguiente nadie le dijo nada a la chica. Los ensayos continuaban, pero desde aquel momento Marisol tan s'olo esperaba una 'unica cosa – a que se fuera a la Catedral para lograr ver a Rodrigo.
Al cabo de dos d'ias fue anunciado otro ensayo com'un. Marisol estaba muy agitada. Cuando vio al muchacho otra vez, entre otros j'ovenes, se puso radiante de la alegr'ia. 'El se dio cuenta de su mirada y le sonri'o, salud'andola con la cabeza. Y Marisol se fij'o que una de las muchachas los observ'o mientras intercambiaban sus miradas.
A partir de entonces, la chica y el muchacho empezaron a verse; cada vez despu'es del ensayo, Rodrigo la esperaba cerca de su coche para cruzar alguna palabra con ella, y aunque no conversaban de nada, en sus ojos Marisol le'ia todo lo que el muchacho realmente quer'ia decirle, y sin embargo nunca le o'ia hacerle cumplidos o decir que estaba enamorado.
La chica se sent'ia un poco preocupada, sospechaba cual era la raz'on pero ten'ia miedo de reconoc'erselo a si misma.
Una vez, al d'ia siguiente despu'es de una de sus charlas con Rodrigo, la preceptora del coro se acerc'o a la chica, la arrim'o a su saya y le dijo:
– Esc'uchame, por favor, Mar'ia Soledad, me he fijado que conversabas algunas veces con Rodrigo Pontevedra. Por supuesto nadie les prohibe hablar con los muchachos del coro, aunque no siempre sea decente.No estar'ia en contra si Rodrigo fuera un cantante habitual. A veces nuestras chicas se enamoran de algunos muchachos del coro y se casan, pero ten en cuenta que este j'oven pronto se har'a cura, eso quiere decir que no puede enamorarse, casarse y tener familia, por eso quiero advertirte.
– Gracias, Do~na Dol'ores, – le contest'o Marisol con la voz baja. – La he comprendido a usted.
La preceptora hizo un movimiento con la cabeza, le puso la mano a la chica por el hombro y se apart'o.
Marisol se sinti'o como si hubieran vertido sobre ella una c'antara del agua fr'ia. El mundo de alrededor se oscureci'o. Una gran pesadez, de s'ubito, cay'o sobre sus hombros, y se le picaron los ojos, brotando l'agrimas.
La chica se puso sombr'ia y le pidi'o a la preceptora que la dejara volver a casa, explic'andole que no se sent'ia bien; entonces ella lanzando antes un suspiro la dej'o retirarse.