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En las alas del sue?o
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– ?Entonces puedo ser yo su novio? – volvi'o a preguntarle el muchacho, de nuevo cogi'endola de la mano y mirando sus ojos.

Marisol se sinti'o inc'omoda, pues no esperaba o'ir estas palabras tan pronto, y adem'as sent'ia que era muy joven, casi una ni~na.

Al ver su confusi'on, el muchacho le coment'o:

– Me faltan dos a~nos m'as para completar mi servicio a nuestro Rey, en cuanto lo acabe, me acercar'e a Madrid, a su casa, para pedir su mano.

– De acuerdo, – le dijo Marisol muy bajito, pues a'un no sab'ia si le gustaba o no en tal avatar. Le ca'ia bien el muchacho !pero durante este tiempo podr'ian pasar muchas cosas!

Continuaron sentados en el banco un poco m'as. Marisol estuvo hablando a Enrique sobre sus estudios en el monasterio, sobre la severa disciplina que reinaba all'i, y le relat'o c'omo los alumnos de vez en cuando intentaban violarla, para conseguir sentir que ten'ian un poco de libertad.

Se re'ian. Y tambi'en Marisol le comunic'o al muchacho que quer'ia cantar en un coro de iglesia.

– Me parece bien, – dijo Enrique, – usted no estar'a as'i aburrida mientras yo est'e cumpliendo el servicio a nuestro Rey.

El tiempo pas'o casi sin notarse. El sol ya se encontraba inclinado al atardecer. Ram'on entre tanto, hac'ia se~nas a su amigo de que ya era tiempo de volver.

– 

Ya es tarde, tenemos que irnos, – le dijo Enrique a la chica levant'andose del banco.

Todos salieron de la casa. Los muchachos se despidieron de las due~nas de la finca agradeciendo su hospitalidad, y montaron sus caballos que ya hab'ian sido preparados por los sirvientes por orden de Do~na Mar'ia Isabel. Y as'i, al poco rato, Marisol y Elena vieron a los jinetes desaparecer a lo lejos, mientras observaban el horizonte.

– Cu'entame amiga, ?de qu'e has estado hablando tanto rato con mi hermano? – exclam'o Elena, mientras las chicas se iban dirigiendo hacia la habitaci'on de Marisol.

– De todo en el mundo, ha sido interesante conversar con 'el.

– Pero, ?te cae bien Enrique?

– S'i, me gusta, pero ser'ia necesario que le conociera mejor,– le contest'o la chica de una forma evasiva. Me propuso ser mi novio y me prometi'o que iba a pedir mi mano cuando termine su servicio.

– !Vaya! – exclam'o Elena. – !parece que ha puesto los ojos en ti en serio! !Ay, Quique, Quique! !Qu'e curioso! Ya ves, amiga, !quiz'as nos enlacemos contigo! Y nosotros, no sabes, !cu'anto nos re'imos hablando con Ram'on! – dijo, cambiando de tema. – Es muy divertido, sin embargo no es un hombre con quien me casar'ia.

Despu'es la abuela Mar'ia Isabel llam'o a Marisol para preguntarle por su charla con Enrique, y la chica a rasgos generales le rindi'o cuentas de su conversaci'on, pero no cont'o sobre la intenci'on del muchacho de ser su novio.

Y adem'as Do~na Mar'ia Isabel no dej'o de recordar a su nieta como debe portarse con los muchachos.

– !Estos caballeros de Su Majestad son tan p'icaros! Son muy fr'ivolos; !tantas se~noritas se enamoran de ellos! .. debes portarte con dignidad, Mar'ia Soledad, le dec'ia, no conf'ies en sus primeras palabras, y as'i despu'es no te decepcionar'as; al hombre no se le reconoce por sus palabras, sino por sus hechos.

Despu`es de la conversaci'on con su abuela, Marisol se alej'o al jard'in coloc'andose bajo los eucaliptos, para estar un rato a solas consigo misma y poner en orden sus pensamientos.

La chica pens'o que el muchacho a'un no le hab'ia reconocido su amor; tampoco la hab'ia preguntado si le quer'ia a 'el, y sin embargo ya la hab'ia propuesto ser su novio, y no sab'ia como debe suceder todo entre los enamorados. Pero a pesar de todo, le parec'ia que si tendr'ia otras citas con 'el, ya se ver'ia, todo se determinar'ia con el tiempo.

Entre tanto anocheci'o y la chica volvi'o a casa; al entrar a la habitaci'on de su amiga, vio a Elena durmiendo profundamente.

“Quiz'as Ram'on la haya fatigado con sus bromas”, pens'o Marisol, y sonri'o. Sali'o al ba~no, lav'o sus manos y la cara, y al volver a su dormitorio, se ech'o a la cama de plum'on blando y almohadas altas, y enseguida tambi'en se qued'o dormida.

Cap'itulo 4

Los d'ias pasaban con tranquilidad y placidez, las chicas disfrutaban de su libertad y tambi'en de la comodidad y confort de la casa, lo que les hab'ia faltado mucho, durante su severa vida en el monasterio. Pasaban el tiempo paseando por el hermoso jard'in de la finca, ba~n'andose en la alberca y conversando de sus cosas. Por las tardes, de vez en cuando, Don Jos'e las llevaba a C'ordoba, donde admiraban bellas vistas de la ciudad, hermosas flores que las ciudadanas cultivaban muy cuidadosamente en macetas que colgaban en las fachadas de sus casas, jardines y fuentes, y mirando a la gente que paseaba por las calles.

Enrique y Ram'on las visitaban regularmente en sus d'ias de descanso y todos los presentes disfrutaban muy gratamente, de una buena compa~n'ia, de la cocina exquisita de Do~na Mar'ia, y del magn'ifico ambiente del gran jard'in con sus flores, fuentes y el canto de las aves.

Marisol y Enrique sol'ian apartarse de los dem'as, sent'andose en su banco preferido a la sombra del granado, y con el tiempo llegaron a ser buenos amigos. Al muchacho le gustaba charlar con la chica que hab'ia recibido una instrucci'on excelente. Los dos eran amantes de la lectura – aunque los libros en aquella 'epoca eran una cosa rara – y el muchacho revel'o a su novia que tambi'en ten'ia ganas de escribir un libro. A veces paseaban juntos por el jard'in, pero Do~na Mar'ia Isabel segu'ia rigurosamente cada uno de sus pasos y ped'ia al administrador y sirvientes, que tuvieran sus ojos puestos en los j'ovenes.

Otra curiosidad de la finca eran los ba~nos mauritanos que quedaron all'i despu'es de irse los due~nos anteriores, moriscos de categor'ia.

Los amos antiguos hab'ian cuidado su limpieza muy rigurosamente, lav'andose por lo menos una vez a la semana, como dictaban sus costumbres.

En la Espa~na de aquella 'epoca pocas personas gozaban de tal lujo, pues s'olo en las casas m'as ricas hab'ia ba~neras.

Los ba~nos mauritanos eran una construcci'on de piedra, estructurada con unas habitaciones que se calentaban y all'i se abastec'ia el agua, caliente y fr'ia.

Las chicas sol'ian visitar los ba~nos una vez a la semana y les gustaba, ya que les era muy agradable y disfrutaban mucho. Ambas propusieron a sus hu'espedes, aprovechar la posibilidad para quedar limpios y los muchachos lo aceptaron con mucho gusto ya que no ten'ian donde lavarse, salvo en el r'io.

Entre tanto los d'ias volaron sin parar, y ya lleg'o el tiempo de volver a Madrid. Aunque a Marisol le daba pena dejar su finca preferida a la vez estaba impaciente por empezar a cantar en el coro, y adem'as ten'ia muchas ganas de leer libros que hab'ia en la biblioteca de su casa en Madrid.

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