En las alas del sue?o
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– Est'a bien mam'a, intentar'e parecer as'i como se debe, aguantar estas miradas y cortejos hip'ocritas !ojal'a pronto se termine todo para que yo pueda retirarme a nuestra finca cerca de C'ordoba! All'i me siento bien, – refunfu~naba Marisol – no hace falta llevar estos horribles vestidos de cors'e, peinarse de la misma manera, igual que los dem'as, sonre'ir y adular a todos incluso cuando alguien te parezca antip'atico!.
– Ay mi hija, mi hija – le contest'o Do~na Encarnaci'on suspirando – !ten cuidado, mi ni~na, te lo ruego!
– Pues estoy de acuerdo con Marisol – se meti'o en su conversaci'on Isabel – !eso es justo lo que dice mi hermana!
– Vaya, !t'u tambi'en! – exclam'o la madre de las chicas – !c'allate por Dios!
La hermana menor de Marisol a'un no hab'ia experimentado decepciones de amor; estaba muy contenta con el hecho de que se la hubieran llevado del monasterio para vivir las vacaciones. Y el baile le parec'ia una aventura divertida.
Al d'ia siguiente, el coche que llevaba toda la familia Echever'ia de la Fuente – menos al hijo menor, quien se hab'ia quedado en casa con su abuela – lleg'o al Palacio del alcalde.
Aqu'i, cerca de la entrada, reinaba un bullicio incre'ible. A cada rato ven'ian coches nuevos de donde se bajaba la gente, todos emperifollados aparatosamente, ri'endose, charlando, saludando y dando reverencias a los dem'as.
El mismo alcalde recib'ia a sus hu'espedes enfrente de su casa, al verlos salud'o con alegr'ia a toda la familia Echever'ia de la Fuente; estos entraron al palacio dirigi'endose a la sala principal, decorada con terciopelo azul, donde ya se hab'ia reunido mucha gente. Al lado, se encontraba otra sala, m'as peque~na, en donde sobre las mesas grandes para los invitados hab'ian sido servidos varios aperitivos a los invitados, para su agasajo.
Roberta llevaba a su madre tom'andola del brazo. Marisol e Isabel se manten'ian juntas.
En la sala Do~na Encarnaci'on enseguida encontr'o a unas amigas, con quienes entabl'o una conversaci'on. Roberto, que tambi'en descubri'o por all'i a muchas personas conocidas, desapareci'o por alg'un sitio. Y mientras tanto, Marisol e Isabel observaban a los visitantes.
En la parte opuesta de la sala, la chica vio a la familia Rodr'iguez: Don Luis, Elena y Enrique. Elena, vestida de rojo, estaba ocupada conversando con dos galantes caballeros, mientras su hermano, de traje muy elegante, se encontraba en compa~n'ia de la misma se~norita rubia, a quien Marisol hab'ia visto una vez durante su paseo en el parque. Y parec'ia estar totalmente absorto con su amiga, sin notar a nadie alrededor de si.
Elena, entre tanto, capt'o la mirada de Marisol y le salud'o con la cabeza, pero no se acerc'o a su amiga, sino que volvi'o a la charla animada con sus galanes.
“Vaya, nuestra amistad se encontr'o en otra ocasi'on!”, – pens'o la chica pesadamente. Sin embargo, se distrajo hablando a su hermana sobre los all'i presentes, a quienes conoc'ia. La chica se sent'ia muy inc'omoda en su vestido de espol'in gris, de cors'e, peinada con raya recta, al igual que las dem'as damas y se daba cuenta que ten'ia que abandonar este lugar lo m'as pronto posible.
Entre tanto, apareci'o en la sala el anfitri'on del festejo, anunciando el matrimonio de su hija y el inicio de baile, y entonces los m'usicos empezaron a tocar un menuete.
La primera pareja que sali'o al centro de la sala, eran los reci'en casados, Mercedes Alvares, hija del alcalde, y su esposo Fernando de la Cuesta. La muchacha era rubia, vestida de espol'in blanco, y su esposo un joven muy gal'an, alto, esbelto y moreno.
Los caballeros empezaron a invitar a las damas, y pronto la sala se llen'o con las parejas del baile. Entre ellos Marisol vio a su hermano que hab'ia invitado a la hija del juez, a Elena bailando con uno de sus galanes, y a Enrique con la misma chica.
Pero nadie invit'o a bailar a Marisol e Isabel.
La hermana menor de la chica a'un ten'ia trece a~nos – era su primer baile; estaba mirando a todos con curiosidad entreteni'endose en la fiesta.
Sin embargo Marisol se puso sombr'ia,“?acaso estoy tan mal arreglada que nadie me presta un poquito de atenci'on?” – pens'o con tristeza.
Do~na Encarnaci'on dej'o de charlar con sus amigas y se acerc'o a sus hijas. La mujer observ'o que Marisol no apartaba la vista de Enrique.
– La se~norita con quien est'a bailando el menor, se~nor Rodriguez, es Laura Mar'ia Ram'irez, hija de uno de los nobles m'as ricos de Valladolid. El a~no pasado Enrique estaba all'i por asuntos de su servicio militar y le hizo perder la cabeza !ella es un buen partido para un caballero empobrecido! La chica se enamor'o de 'el hasta tal punto, que acept'o la invitaci'on de visitar nuestra ciudad de provincia, ya que por aqu'i tiene parientes lejanos. Como usted ve, Enrique no se aparta de ella, y es ya tan evidente que incluso su madre ha llegado. Quiz'as, pronto se anuncie el noviazgo.
Marisol suspir'o. Entre tanto termin'o el baile, observ'o que las chicas volv'ian la vista, y de repente se encontr'o a su lado a su primo segundo, Jose Mar'ia, que ya hab'ia pedido la mano de Marisol, este le hizo reverencia y la invit'o a otro baile. Aunque a la chica le desagradaba enormemente su propuesta, sab'ia que ser'ia indecoroso negarle, y por eso, tras suspirar, tuvo que aceptarla.
Terminado el baile, Marisol vio que Enrique acompa~nado de su dama se dirigieron a la sala vecina donde hab'ia entremeses. Entonces se sinti'o, de s'ubito, que una ola de celos se apoderaba de ella.
– Me gustar'ia tomar un bocado – le dijo la chica a Jos'e Mar'ia que estaba a su lado. – ?no quiere acompa~narme?
El hombre se qued'o sorprendido, pero no lo demostr'o.
–
Con mucho gusto, se~norita – le contest'o y
la cogi'o por el codo.
Salieron juntos a otra sala, por all'i a'un no hab'ia mucha gente, y la chica vio a Enrique en compa~n'ia de su amiga, al lado de una mesa, con una copa de vino y algo de entremeses en la mano. Los dos estaban charlando muy animadamente.