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En las alas del sue?o
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Cap'itulo 10

A Roberto le dieron ganas de cabalgar un poco, y por eso se fue al campo a pesar de que ya era de noche. Al encontrarse fuera de la ciudad, solt'o a su caballo y le dej'o trotar y correr a rienda suelta. El muchacho necesitaba dejar salir toda su rabia y as'i calmarse.

Al cabo de una hora, despu'es de haber jineteado a satisfacci'on, volvi'o a casa. A pesar de que ya era plena noche parec'ia que nadie dorm'ia. Estaban encendidas las velas y al entrar al sal'on vio a su madre, a Marisol y a Elena que le estaban esperando, y al verle las tres se levantaron bruscamente.

– !Roberto por favor, perdona a mi hermano, te lo ruego! – exclam'o Elena, poni'endose ante sus plantas – s'e que se port'o muy indignamente, pero !a'un es tan joven!. Est'a claro que no quedar'a vivo tras este desaf'io, pues todos saben que eres uno de los mejores caballeros de Su Majestad; no hay nadie que use la espada igual que t'u. Voy a persuadir a Enrique para que le pida perd'on a Marisol. Tu hermana dice que ya lo ha perdonado; por favor, ni'egate al desaf'io, te lo ruego! – y Elena se puso a sollozar.

Marisol y Do~na Encarnaci'on, a su vez, le pidieron tambi'en a que renunciara al duelo.

Roberto se qued'o perplejo.

– Cancelar el duelo no es decente para los caballeros de Su Majestad. Bueno, les prometo que no le causar'e da~no, tan s'olo le espantar'e un poco, aunque no me cueste nada ganarlo, no le har'e nada, se lo prometo. Doy mi palabra de caballero, !pero que no deje de pedir perd'on a mi hermana! – y con estas palabras el muchacho se retir'o del sal'on.

Todos los presentes suspiraron con alivio, pues Roberto nunca dec'ia palabras vanamente y siempre cumpl'ia sus promesas.

Elena se despidi'o con reverencia y se apresur'o para llegar a su casa lo m'as r'apidamente posible, para calmar a sus familiares.

***

Al d'ia siguiente por la ma~nana, en el encinar que se encontraba cerca de la puerta de la ciudad, Roberto Echever'ia de la Fuente se encontr'o en el duelo con Enrique Rodr'iguez Guanatosig, llevando consigo a otros dos caballeros como padrinos.

Los duelistas eligieron para el combate una hect'area en donde resaltaban desde el terreno unas grandes piedras.

El sol reci'en amanecido, se levant'o sobre los 'arboles, en los que entre sus ramas cantaban las aves sonoramente, y el aire fresco sacud'ia las caras de los duelistas. Los muchachos se quitaron su armadura de caballeros, dejando tan s'olo las camisas sobre s'i mismos.

Cruzaron las espadas y se inici'o el duelo. Roberto de un golpe tom'o la iniciativa y al cabo de unos minutos hizo entrar a su adversario en los m'argenes de la hect'area.

Luego todo se desarroll'o muy r'apido. Enrique subi'o de un salto a una de las piedras, para lograr que a una peque~na altura, pudiera parar el golpe de Roberto, pero no pudo tenerse en pie y se cay'o, d'andose un golpe en su cabeza contra otra piedra.

Al ver que su adversario no se levantaba, Roberto se le acerc'o corriendo, y descubri'o que estaba inconsciente con una herida sangrante en la cabeza. Las gotas de sangre ca'ian sobre la hierba.

Roberto se inclin'o sobre el muchacho que no revelaba se~nales de vida. Los padrinos tambi'en se acercaron hacia ellos.

– Est'a respirando – dijo Roberto – hay que llevarlo a casa !ojal'a se recupere!

Uno de los padrinos sac'o un pa~nuelo, y frotando un poco quit'o la sangre de la cabeza de Enrique.

– Qu'edate por aqu'i, con 'el – dijo Roberto a un hombre, y t'u – se dirigi'o al otro – vete a su casa a por el coche.

Despu'es volvi'o su cabeza a su adversario herido que permanec'ia sin conciencia.

– Perd'oname, Enrique, Dios que lo ve todo, sabe que no quer'ia hacerte da~no.

Con estas palabras se mont'o de un salto en su caballo gris y desapareci'o.

Volvi'o a casa donde le esperaban todos los miembros de la familia. Casi nadie hab'ia dormido esa noche; al verlo sombr'io y preocupado, todos comprendieron que hab'ia pasado algo imprevisto. Roberto relat'o a sus familiares lo que hab'ia sucedido en el encinar.

– 

– Todo ocurri'o tan r'apido que ni siquiera tuvo tiempo para prevenir su ca'ida – dijo muy bajo – Dios es testigo, no le hice da~no. No es mi culpa. Os di la palabra y la cumpl'i. No s'e

por qu'e el Se~nor lo dispuso as'i. Hoy mismo me vuelvo a Toledo – a~nadi'o el hijo mayor de Do~na Encarnaci'on, alej'andose a su habitaci'on.

Marisol, Do~na Encarnaci'on y otros familiares se quedaron muy desolados. Nadie esperaba tal viraje del asunto. Todos estaban seguros que nadie ser'ia v'ictima del duelo y todo terminar'ia con la reconciliaci'on de las partes.

– 

!Qu'e pena! – dijo Do~na Encarnaci'on suspirando dolorosamente – !pobre Enrique! ojal'a se recupere!. Hay que visitar a los Rodr'iguez para preguntar por su salud. Debemos rezar por 'el.

Marisol tambi'en estaba muy triste, e Isabel y Jorge miraban a las dos, perplejos y asustados.

Entre tanto Roberto se march'o a Toledo, y por la tarde Do~na Encarnaci'on decidi'o ir a la casa de Rodr'iguez para llegar a saber de Enrique y proponer una ayuda, pero ni siquiera la dejaran atravesar los umbrales. All'i estaban seguros que Roberto no hab'ia cumplido su promesa y Enrique se hab'ia quedado herido por su culpa.

– Han llegado malos tiempos, hijos m'ios – dijo Do~na Encarnaci'on al volver a casa – s'olo nos queda orar para que no le pase nada a este muchacho y se recupere, si no, hay que esperar lo peor.

Todos permanec'ian callados.

– Es mejor que nos vayamos de la ciudad hasta que se arregle todo – dijo la madre a sus hijos – voy a disponer que preparen el coche y el equipaje para ma~nana.

Poco a poco todos los habitantes de la casa se fueron a sus habitaciones, y en la casa rein'o un silencio siniestro; hasta los menores no sal'ian.

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