En las alas del sue?o
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Marisol s'olo suspir'o; sin embargo pronto salieron fuera de la ciudad y nuevas impresiones del viaje, eclipsaron todas esas sensaciones negativas producidas por el encuentro con aquel hombre.
Al cabo de una semana los viajeros llegaron a su finca, su dominio, cerca de C'ordoba. Era pleno verano, y en el gran jard'in todo florec'ia y perfumaba con intensa fragancia el ambiente. En el follaje de los 'arboles, alegremente cantaban las aves y hac'ia bastante calor.
Tras llegar, Marisol e Isabel, con mucho gusto, muchas ganas y alegr'ia, se cambiaron de ropa quit'andose sus trajes de viaje y poni'endose vestidos ligeros, y enseguida se precipitaron a la alberca. Jorge Miguel sigui'o a sus hermanas.
Do~na Encarnaci'on miraba a sus hijos batiendo en el agua con regocijo, ri'endose y roci'andose unos a otros con nubes de salpicones.
–
Ay mam'a, !qu'e bien se est'a aqu'i! – exclamaba Marisol – !nunca m'as quiero volver a nuestra l'ugubre casa de Madrid! !me gustar'ia quedarme por aqu'i para siempre!
– A mi tambi'en me gusta mucho nuestra finca – apoyaba con sus palabras Isabel – ?por qu'e no nos trasladamos para vivir aqu'i?
– Eso es imposible, mis ni~nas – les contest'o do~na Encarnaci'on con un suspiro – all'i en Madrid, tenemos obligaciones. Somos personas nobles y tenemos que frecuentar la sociedad. Por aqu'i apenas encontrar'eis a muchachos decentes con quienes podr'iais casaros!
– Pero es que C'ordoba tambi'en es una gran ciudad! !y en donde vive tanta gente! – exclam'o Isabel.
Do~na Encarnaci'on no se puso a discutir, “que las chicas disfruten de nuestro hermoso jard'in, respirando el aire fresco y ba~n'andose en la alberca. De todos modos, m'as tarde, seguramente tendr'an ganas de volver a Madrid”, – pensaba, tranquiliz'andose la mujer a s'i misma.
Tras ba~narse a satisfacci'on y despu'es de cambiarse de ropa, todos los hijos de Do~na Encarnaci'on con gran apetito comieron los deliciosos platos que hab'ia preparado para ellos la cocinera, Do~na Mar'ia, y despu'es se alejaron a sus dormitorios para descansar. Pasadas unas horas, cuando ya empezaba a atardecer, las hermanas pidieron permiso a su madre para que las dejara pasear por el jard'in. Do~na Encarnaci'on sab'ia que no les pasar'ia nada ya que el jard'in por todos lados estaba rodeado por la alta muralla de piedra, as'i que por eso las dej'o pasear libres a voluntad.
Las dos chicas empezaron a deambular por su hermoso jard'in, les gustaba visitar sus diferentes y variados rinconcitos ocultos, donde desde su infancia hab'ian tenido sus secretos.
En un rinc'on lejano donde se encontraba una broza, en la ciega muralla, hab'ia un paso que apenas se distingu'ia – s'olo dos hermanas, o quiz'as el viejo jardinero Don Eusebio, sab'ian de su existencia. A'un en su ni~nez las hermanas a veces, se escapaban de la casa por esta apertura estrecha y secreta, para ir al r'io.
Cerca de la finca pasaba el r'io Guadalquivir que suavemente llevaba sus aguas majestuosas hacia el Mediterr'aneo. Y ahora las dos chicas, como antes, cuando eran ni~nas, sin convenir de antemano, se dirigieron al paso en la muralla. Col'andose por la abertura, se encontraron as'i en el bosque de eucaliptos, entre la espesura de boneteros y hierbalunas. Las hermanas tantearon un sendero que estaba dentro de una espesa hierba, y por este, se precipitaron hacia el r'io.
Al cabo de un rato el sendero apareci'o destrozado, y las chicas se encontraron al borde de un derrocadero. Debajo de ellos alegremente llevaba sus aguas el caudaloso Guadalquivir. Las chicas se quedaron pasmadas disfrutando de un hermoso paisaje que se descubr'ia ante sus miradas.
Antes, cuando eran ni~nas, se ba~naban en este r'io algunas veces. A poca distancia la orilla se hac'ia m'as en declive, y poco a poco se iba trasformando en una playa arenal. Las hermanas se dirigieron all'i y pronto llegaron a una orilla desierta.
Las chicas se quitaron su ropa y entraron en el agua. Estaba fresca y la corriente era bastante fuerte. Tras ba~narse a placer, salieron a la orilla, y despu'es de secarse, se pusieron sus vestidos y se sentaron en la arena muy contentas y pl'acidas.
No lejos de ellas se ve'ian ruinas de unas construcciones antiguas. Todo a su alrededor parec'ia fascinante y misterioso. Las chicas se calmaron y aplanaron mucho, al sentir que una energ'ia especial exist'ia en este lugar.
De repente Marisol sinti'o algo extra~no, como si se cayera a alg'un sitio viajando a trav'es del tiempo. La chica se vio aqu'i mismo, pero todo era distinto; hab'ia mucha gente alrededor, vestidos muy raros; unos edificios desconocidos se levantaban por todos lados, y la gente estaba reuni'endose, como prepar'andose para algo importante.
Y de s'ubito, surgi'o ante su mirada la imagen del joven cantante desde el coro de la iglesia – Marisol, no se sabe por que, se daba cuenta que era precisamente 'el, aunque parec'ia que era un hombre de aspecto muy diferente. Se encontraba entre la multitud contando algo a la gente, y ella le miraba y estaba orgullosa de 'el.
Marisol volvi'o en si porque Isabel le tiraba del brazo.
– Marisol, ?qu'e te pasa? – le pregunt'o su hermana, asustada – parec'ia como si te hubieras dormido, aunque estabas con los ojos abiertos.
La muchacha entorn'o los ojos y sacudi'o la cabeza.
– De verdad, ha sido un momento muy extra~no, como si tuviera un sue~no, pero muy raro – le contest'o Marisol a su hermana, a'un bajo los efectos de su visi'on. – Estuve en este mismo lugar, pero hab'ia mucha gente desconocida, muy rara, y yo estaba entre ellos. Una ciudad antigua, una gran reuni'on – no s'e pues que me ha pasado, no sabr'ia explicarte, .... no s'e que era todo esto.
La muchacha parec'ia un poco confundida.
Isabel miraba a su hermana con sumisi'on, quer'ia mucho a Marisol y sab'ia que era muy distinta, no tal y como las dem'as.
– Bueno, hermanita, ya es tiempo para volver a casa – dijo Marisol levant'andose. – Isabel, te lo ruego, no le digas a nadie de nuestro paseo, de este lugar, del paso en la muralla. Y sobre todo, nadie debe saber de mi sue~no, que se quede todo entre nosotras dos, si no pensar'an que estamos locas. No le revelaremos a nadie nuestros secretos.
– Muy bien, vale pues, te lo juro, Marisol, !nadie se enterar'a de nuestro arcano! – exclam'o Isabel.