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La terra de todos / Соблазнительница. Книга для чтения на испанском языке
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Los edificios de su estancia eran modestos. Los hab'ia construido 'a la ligera, con la esperanza de mejorarlos cuando aumentase su fortuna; pero, como ocurre casi siempre en las instalaci'on es campestres, estas obras provisionales iban 'a durar m'as a~nos tal vez que las levantadas en otras partes como definitivas. Sobre las paredes de ladrillo cocido, sin revoque exterior, 'o de simples adobes, se elevaban las techumbres hechas con planchas de cinc ondulado. En el interior de la casa del due~no los tabiques s'olo llegaban 'a cierta altura, dejando circular el aire por toda la parte alta del edificio. Las habitaciones eran escasas en muebles. La pieza que serv'ia de sal'on, despacho y comedor, donde don Carlos recib'ia 'a sus visitas, estaba adornada con unos cuantos rifles y pieles de pumas cazados en las inmediaciones. El estanciero pasaba gran parte del d'ia fuera de la casa, inspeccionando los corrales de ganado m'as inmediatos. De pronto pon'ia al galope su caballejo incansable, para sorprender 'a los peones que trabajaban en el otro extremo de su propiedad.

Una ma~nana sinti'o impaciencia al ver que hab'ia pasado la hora habitual de la comida sin que Celinda volviese 'a la estancia.

No tem'ia por ella. Desde que su hija lleg'o 'a R'io Negro, teniendo ocho a~nos, empez'o 'a vivir 'a caballo, considerando la planicie desierta como su casa.

– Es peligroso ofenderla – dec'ia el padre con orgullo. – Maneja rev'olver y tira mejor que yo. Adem'as, no hay persona ni animal que se le escape cuando tiene un lazo en la mano. Mi hija es todo un hombre.

La vi'o de pronto corriendo por la l'inea que formaban la llanura y el cielo al juntarse. Parec'ia un peque~no jinete de plomo escapado de una caja de juguetes. Delante de su caballito corr'ia un toro en miniatura. El grupo galopador fu'e creciendo con una rapidez maravillosa. En esa llanura inmensa, todo lo que se mov'ia cambiaba de tama~no sin gradaciones ordenadas, desorientando y aturdiendo los ojos todav'ia no acostumbrados 'a los caprichos 'opticos del desierto.

Lleg'o la joven dando gritos y agitando el lazo para excitar la marcha de la res que ven'ia persiguiendo, hasta que la oblig'o 'a refugiarse en un cercado de maderos. Luego ech'o pie 'a tierra y fu'e 'a encontrarse con su padre; pero 'este, despu'es de recibir un beso de ella, la repeli'o, mirando con severidad el traje varonil que llevaba.

– Te he dicho muchas veces que no quiero verte as'i. Los pantalones se han hecho para los hombres, !creo yo!… y las

«polleras» para las mujeres. No puedo tolerar que una hija m'ia vaya como esas c'omicas que aparecen en las vistas del bi'ografo.

Celinda recibi'o la reprimenda bajando los ojos con graciosa hipocres'ia. Prometi'o obedecer 'a su padre, conteniendo al mismo tiempo su deseo de reir. Precisamente pensaba 'a todas horas en las amazonas con pantalones que figuran en losfilms de los Estados Unidos, y hab'ia echado largas galopadas para ir hasta Fuerte Sarmiento, el pueblo m'as inmediato, donde los cinematografistas errabundos proyectaban sobre una s'abana, en el caf'e de su 'unico hotel, historias interesantes que le serv'ian 'a ella para estudio de las 'ultimas modas.

Durante la comida le pregunt'o don Carlos si hab'ia estado cerca de la Presa y c'omo marchaban los trabajos en el r'io.

Una esperanza de volver 'a ser rico, cada vez m'as probable, hac'ia que el se~nor Rojas, antes melanc'olico y desesperanzado, sonriese desde los 'ultimos meses. Si los ingenieros del Estado consegu'ian cruzar con un dique el r'io Negro, los canales que estaban abriendo un espa~nol llamado Robledo y otro socio suyo fecundar'ian las tierras compradas por ellos junto 'a su estancia, y 'el podr'ia aprovechar igualmente dicha irrigaci'on, lo que aumentar'ia el valor de sus campos en proporciones inauditas.

Le escuch'o Celinda con la indiferencia que muestra la juventud por los asuntos de dinero. Adem'as, don Carlos tuvo que privarse del placer de continuar haciendo suposiciones sobre su futura riqueza al ver 'a una mestiza de formas exuberantes, carrilluda, con los ojos oblicuos y una gruesa trenza de cabello negro y 'aspero que se conservaba sobre sus enormes prominencias dorsales para seguir descendiendo.

Al entrar en el comedor dej'o junto 'a la puerta un saco lleno de ropa. Luego se abalanz'o sobre Celinda, bes'andola y mojando su rostro con frecuentes lagrimones.

– !Mi patroncita preciosa!… !Mi ni~na, que la he querido siempre como una hija!…

Conoc'ia 'a Celinda desde que 'esta lleg'o al pa'is y entr'o ella en la estancia como dom'estica. Le resultaba doloroso separarse de la se~norita, pero no pod'ia transigir m'as tiempo con el car'acter de su padre.

Don Carlos era violento en el mandar y no admit'ia objeciones de las mujeres, sobre todo cuando ya hab'ian pasado de cierta edad.

– El patr'on a'un est'a muy verde – dec'ia Sebastiana 'a sus amigas – ; y como una ya va para vieja, resulta que otras m'as tiernas son las que reciben las sonrisas y las palabras lindas, y para m'i s'olo quedan los gritos y el amenazarme con el rebenque.

Despu'es de besuquear 'a la joven, mir'o Sebastiana 'a don Carlos con una indignaci'on algo c'omica, a~nadiendo:

– Ya que el patr'on y yo no podemos avenirnos, me voy 'a la Presa, 'a servir donde el contratista italiano.

Rojas levant'o los hombros para indicar que pod'ia irse donde quisiera, y Celinda acompa~n'o 'a su antigua criada hasta la puerta del edificio.

A media tarde, cuando don Carlos hubo dormido la siesta en una mecedora de lona y le'ido varios peri'odicos de Buenos Aires, de los que tra'ia el ferrocarril 'a este desierto tres veces por semana, sali'o de la casa.

Atado 'a un poste del tejadillo sobre la puerta, estaba un caballo ensillado. El estanciero sonri'o satisfecho al darse cuenta de que la silla era de mujer. Celinda apareci'o vestida con falda de amazona. Envi'o 'a su padre un beso con la punta del rebenque, y sin apoyarse en el estribo ni pedir ayuda 'a nadie, se coloc'o de un salto sobre el aparejo femenil, haciendo salir su caballo 'a todo galope hacia el r'io.

No fu'e muy lejos. Se detuvo en el lado opuesto de un grupo de sauces, donde encontr'o atado otro caballo con silla de hombre, el mismo que montaba en la ma~nana. Celinda, echando pie 'a tierra, se despoj'o de su traje femenil, apareciendo con pantalones, botas de montar, camisa y corbata varoniles. Sonre'ia de su desobediencia al «viejo», pues as'i llamaba ella 'a su padre, seg'un costumbre del pa'is.

Tem'ia la posible extra~neza de otro hombre y deseaba evitarla. Este hombre la hab'ia conocido siempre vestida de muchacho, trat'andola 'a causa de ello con una confianza amistosa. !Qui'en sabe si al verla con faldas, lo mismo que una se~norita, experimentar'ia cierta timidez, mostr'andose ceremonioso y evitando finalmente nuevos encuentros con ella!…

Dej'o su traje femenil sobre el caballo que la hab'ia tra'ido y mont'o alegremente en el otro, oprimi'endole los flancos con sus piernas nerviosas, al mismo tiempo que echaba en alto el lazo atado 'a la silla, formando una espiral de cuerda sobre su cabeza.

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