La terra de todos / Соблазнительница. Книга для чтения на испанском языке
Шрифт:
– T'u s'i que eres rico, por lo que veo.
La contestaci'on del marqu'es fu'e una sonrisa enigm'atica. Luego, estas palabras parecieron despertar su tristeza.
– H'ablame de tu vida – continu'o Robledo. – T'u has recibido noticias m'ias; yo, en cambio, he sabido muy poco de ti. Deben haberse perdido muchas de tus cartas, lo que no es extraordinario, pues hasta los 'ultimos a~nos he ido de un lugar 'a otro, sin echar ra'ices. Algo supe, sin embargo, de tu vida. Creo que te casaste.
Torrebianca hizo un gesto afirmativo, y dijo gravemente:
– Me cas'e con una dama rusa, viuda de un alto funcionario de la corte del zar… La conoc'i en Londres. La encontr'e muchas veces en tertulias aristocr'aticas y en castillos adonde hab'iamos sido invitados. Al fin nos casamos, y hemos llevado desde entonces una existencia muy elegante, pero muy cara.
Call'o un momento, como si quisiera apreciar el efecto que causaba en Robledo este resumen de su vida. Pero el espa~nol permaneci'o silencioso, queriendo saber m'as.
– Como t'u llevas una existencia de hombre primitivo, ignoras felizmente lo que cuesta vivir de este modo… He tenido que trabajar mucho para no irme 'a fondo, !y a'un as'i!… Mi pobre madre me ayuda con lo poco que puede extraer de las ruinas de nuestra familia.
Pero Torrebianca pareci'o arrepentirse del tono quejumbroso con que hablaba. Un optimismo, que media hora antes hubiese considerado absurdo, le hizo sonreir confiadamente.
– En realidad no puedo quejarme, pues cuento con un apoyo poderoso. El banquero Fontenoy es amigo nuestro. Tal vez has o'ido hablar de 'el. Tiene negocios en las cinco partes del mundo.
Movi'o su cabeza Robledo. No; nunca hab'ia o'ido tal nombre.
– Es un antiguo amigo de la familia de mi mujer. Gracias 'a Fontenoy, soy director de importantes explotaciones en pa'ises lejanos, lo que me proporciona un sueldo respetable, que en otros tiempos me hubiese parecido la riqueza.
Robledo mostr'o una curiosidad profesional.
– Son negocios en Asia y en 'Africa: minas de oro… minas de otros metales… un ferrocarril en China… una Compa~n'ia de navegaci'on para sacar los grandes productos de los arrozales del Tonk'in… En realidad yo no he estudiado esas explotaciones directamente; me falt'o siempre el tiempo necesario para hacer el viaje. Adem'as, me es imposible vivir lejos de mi mujer. Pero Fontenoy, que es una gran cabeza, las ha visitado todas, y tengo en 'el una confianza absoluta. Yo no hago en realidad mas que poner mi firma en los informes de las personas competentes que 'el env'ia all'a, para tranquilidad de los accionistas.
El espa~nol no pudo evitar que sus ojos reflejasen cierto asombro al oir estas palabras.
Su amigo, d'andose cuenta de ello, quiso cambiar el curso de la conversaci'on. Habl'o de su mujer con cierto orgullo, como si considerase el mayor triunfo de su existencia que ella hubiese accedido 'a ser su esposa.
Reconoc'ia la gran influencia de seducci'on que Elena parec'ia ejercer sobre todo lo que le rodeaba. Pero como jam'as hab'ia sentido la menor duda acerca de su fidelidad conyugal, mostr'abase orgulloso de avanzar humildemente detr'as de ella, emergiendo apenas sobre la estela de su marcha arrolladura. En realidad, todo lo que era 'el: sus empleos generosamente retribu'idos, las invitaciones de que se ve'ia objeto, el agrado con que le recib'ian en todas partes, lo deb'ia 'a ser el esposo de «la bella Elena».
– La ver'as dentro de poco… porque t'u vas 'a quedarte 'a almorzar con nosotros. No digas que no. Tengo buenos vinos, y ya que has venido del otro lado de la tierra para comer queso de Brie, te lo dar'e hasta matarte de una indigesti'on.
Luego abandon'o su tono de broma, para decir con voz emocionada:
– No sabes cu'anto me alegra que conozcas 'a mi mujer. Nada te digo de su hermosura; las gentes la llaman «la bella Elena»; pero su hermosura no es lo mejor. Aprecio m'as su car'acter casi infantil. Es caprichosa algunas veces, y necesita mucho dinero para su vida; pero ?qu'e mujer no es as'i?… Creo que Elena tambi'en se alegrar'a de conocerte… !Le he hablado tantas veces de mi amigo Robledo!…
CAP'ITULO II
La marquesa de Torrebianca encontr'o «altamente interesante» al amigo de su esposo.
Hab'ia regresado 'a su casa muy contenta. Sus preocupaciones de horas antes por la falta de dinero parec'ian olvidadas, como si hubiese encontrado el medio de amansar 'a su acreedor 'o de pagarle.
Durante el almuerzo, tuvo Robledo que hablar mucho para responder 'a las preguntas de ella, satisfaciendo la vehemente curiosidad que parec'ian inspirarle todos los episodios de su vida.
Al enterarse de que el ingeniero no era rico, hizo un gesto de duda. Ten'ia por inveros'imil que un habitante de Am'erica, lo mismo la del Norte que la del Sur, no poseyese millones. Pensaba por instinto, como la mayor parte de los europeos, si'endole necesaria una lenta reflexi'on para convencerse de que en el Nuevo Mundo pueden existir pobres como en todas partes.
– Yo soy todav'ia pobre – continu'o Robledo – ; pero procurar'e terminar mis d'ias como millonario, aunque solo sea para no desilusionar 'a las gentes convencidas que todo el que va 'a Am'erica debe ganar forzosamente una gran fortuna, dej'andola en herencia 'a sus sobrinos de Europa.
Esto le llev'o 'a hablar de los trabajos que estaba realizando en la Patagonia.
Se hab'ia cansado de trabajar para los dem'as, y teniendo por socio 'a cierto joven norteamericano, se ocupaba en la colonizaci'on de unos cuantos miles de hect'areas junto al r'io Negro. En esta empresa hab'ia arriesgado sus ahorros, los de su compa~nero, 'e importantes cantidades prestadas por los Bancos de Buenos Aires; pero consideraba el negocio seguro y extraordinariamente remunerador.
Su trabajo era transformar en campos de regad'io las tierras yermas 'e incultas adquiridas 'a bajo precio. El gobierno argentino estaba realizando grandes obras en el r'io Negro, para captar parte de sus aguas. 'El hab'ia intervenido como ingeniero en este trabajo dif'icil, empezado a~nos antes. Luego present'o su dimisi'on para hacerse colonizador, comprando tierras que iban 'a quedar en la zona de la irrigaci'on futura.